Hace poco más de un año, José María del Nido anunciaba la renovación de Fazio como el mejor fichaje de un verano en el que arribaron al Sevilla Bacca y Gameiro, entre otros. Las palabras del ex presidente, cargadas de intención por el debate que siempre ha suscitado el central argentino, fueron como una premonición. Fazio se convirtió en un pilar indiscutible, la piedra angular sobre la que Unai Emery construyó un once cuya mejor virtud iba a ser la seguridad defensiva. Sobre ese pilar, conquistó la Liga Europa, ese tercer título continental que ahora, tras el agrio debut del nuevo Sevilla, es como un sueño perdido en el olvido. El aficionado al fútbol vive del presente y el presente en Nervión tiene claroscuros.
La muy alargada sombra de Fazio se cierne como una amenaza para los rectores del Sevilla. A su espantada en la previa del partido con el Valencia se le sumó un empate después de que el Sevilla fuera ganando con uno más en el campo. La suma de ambos factores dio el siguiente resultado: toda la ilusión que generaron las presentaciones de Deulofeu y Banega se convirtió, de golpe y porrazo, en un amargo sinsabor general, más acre o menos para cada cual según el nivel de crítica hacia técnico y planificación.
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